El Midrash (Bemidbar Rabá 1: 6) explica el significado del hecho de que la Torá fue entregada a Benei Israel en un desierto desolado: diciendo que cualquier persona que no se quede sin dueño (hefker) como el desierto no puede adquirir la sabiduría y la Torá. Por eso dice, “el desierto del Sinaí”.
Un territorio “sin propietario” es aquel en el que cualquiera puede avanzar y desarrollarse sin ninguna dificultad u obstáculo que superar. Si uno desea establecerse y hacerse cargo de un área que ya está desarrollada, enfrentará desafíos considerables en su intento de demoler o deshacer lo que ya existe para poder construir el tipo de estructura que desee en el estilo que desee. Aquí, Jaza”l enseña que debemos acercarnos a la Torá con una mentalidad “sin dueño”, es decir, sin nociones preconcebidas y sin predisposiciones. Debemos hacernos “líderes”, humildemente abiertos a abrazar y practicar todo lo que la Torá instruye y ordena, sin ideas predeterminadas que puedan interponerse en el camino.
Una de las aplicaciones de este concepto de “hefker” es la necesidad de evitar ideas preconcebidas de cómo se ve la vida de la Torá y qué requiere de nosotros. Las leyes, los valores y los objetivos de la Torá imponen diferentes obligaciones a diferentes personas y diferentes obligaciones a cualquier individuo en diferentes situaciones y en diferentes etapas de la vida. Hacernos “líderes” en relación con la Torá significa, entre otras cosas, estar abiertos a las diferentes responsabilidades que podríamos tener que asumir en distintos momentos, y los tipos de obligaciones que debemos cumplir que podrían diferir de los de otros. Si bien todos estamos obligados por el mismo código halájico en todo momento, no obstante, se espera que diferentes personas se enfoquen en diferentes áreas en diferentes etapas. Las obligaciones de una persona durante su juventud cuando no está comprometida con las responsabilidades familiares, obviamente, diferirán de sus obligaciones más adelante en la vida, cuando hay una familia a la que atender, y estas demandas, por supuesto, diferirán de las responsabilidades propias durante la vejez. . Del mismo modo, una persona con un conjunto de talentos tendrá diferentes obligaciones que aquellas personas que tienen diferentes áreas de habilidad. Para “adquirir” nuestra participación única en la Torá, debemos enfocar la vida de la Torá con una mentalidad de “ayudante”, reconociendo que la Torá exigirá diferentes cosas de diferentes personas en diferentes momentos, y estar preparados en cualquier momento para aceptar y cumplir con las obligaciones que la Torá nos impone en cualquier ocasión.
Este shabat iniciamos el cuarto libro de la Torá que si bien se llama en lenguas latinas Números, la palabra hebrea bemidbar significa estar en el desierto. El midrash, en Bemidbar Rabá 1, 7, nos dice que “La Torá nos fue entregada a través de tres toques: Fuego, Agua y Desierto. El rabino Meir Shapira de Lublin, nos recuerda que desde que recibimos la Torá debimos pasar en muchas oportunidades por las pruebas de fuego y agua y sentirnos en el desierto de las naciones. El agua y el fuego destruyeron nuestros cuerpos y mataron a nuestros hermanos pero no pudieron acabar con el espíritu. »Cuando ustedes oyeron la voz que salía de la oscuridad, dice la Torá en Devarim 5: 23, mientras la montaña ardía en llamas, todos los jefes de sus tribus y sus ancianos vinieron a mí y me dijeron: “H’ nuestro D-os nos ha mostrado su gloria y su majestad, y hemos oído su voz que salía del fuego. Hoy hemos visto que un simple mortal puede seguir con vida aunque D-os hable con él”. Hemos oído la voz de H’ que salía del fuego –al que fuimos sometidos- y seguimos con vida.
Nuestro nuevo libro –Bemidbar- nos viene a decir que también superaremos la prueba del desierto. No en vano nos dijo el profeta Irmiahu (2:2) “Recuerdo el amor de tu juventud, tu cariño de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierras no cultivadas”. Entre otras razones, ésta es una por la cual no quiero usar el nombre Números para este libro, el cuarto, de nuestra Torá.
Bemidbar comienza con el censo de la población antes de su ingreso a la Tierra de Israel. ¿Cuál es la naturaleza de esa cuenta? ¿Qué necesidad teníamos de ser numerados? Como sabemos, ya se había llevado a cabo un censo tal como aprendimos en el libro Shemot y ahora se repite. Pese a que habían transcurridos varios meses entre ambas cuentas, la suma fue exactamente la misma. Acerca de este tema no nos vamos a detener sino para destacar, que, aparentemente entre las fechas marcadas no se produjo ningún deceso y que los que tenían 20 años, fueron contados a partir de una fecha determinada, como se usa para los actos electorales en nuestra época y no según el día del nacimiento. Es conocida la explicación que uno cuenta muchas veces las cosas que ama. El pueblo de Israel en proceso de formación, era amado por H’, que lo demostraba sometiéndole a cuentas, a sumas, a balances y estadísticas.
En la Parashá de esta semana, Parashat Bemidbar, la Torá nos ordena llevar a cabo un censo del pueblo antes que se apresten ingresar a la Tierra de Israel. “H’ habló a Moshé en el desierto de Sinaí, en la tienda de reunión, el primer día del mes segundo, en el segundo año de su salida de la tierra de Egipto y le dijo: “Haz un censo de toda la congregación de los hijos de Israel por sus familias, por sus casas paternas, según el número de los nombres, de todo varón, uno por uno; de veinte años arriba, todos los que pueden salir a la guerra en Israel, tú y Aharón los contarán por sus ejércitos”. Cuando nos describe la naturaleza este censo, la Torá apunta al término “Lemishpejotam,” -por sus familias-. La palabra destaca la diferencia entre el censo pedido en esta Parashá y el primero que aparece en Shemot 30:12 “Cuando hagas un censo de los hijos de Israel para contarlos, cada uno dará a H’ un rescate por su persona cuando sean contados, para que no haya plaga entre ellos cuando los hayas contado”…”El rico no pagará más, ni el pobre pagará menos del medio siclo, al dar la ofrenda a H’ para hacer expiación por sus vidas”. “Tomarás de los hijos de Israel el dinero de la expiación y lo darás para el servicio de la tienda de reunión, para que sea un recordatorio para los hijos de Israel, delante de a H’, como expiación por sus vidas.”
En el padrón de Bemidbar, cada tribu fue censada individualmente y solamente después del censo total del pueblo se pudieron divulgar las cifras finales. En Shemot, el número fue registrado sin ninguna división. Se contó a todo el pueblo como una unidad. La Torá no nos trae la cantidad de personas por tribu en forma individual. ¿Por qué el pueblo fue contado como una unidad en Shemot y en Bemidbar dividiéndole entre las tribus?
Encontré la bellísima respuesta a la pregunta en las enseñanzas que nos brindó Rav Iaakov Kamenetsky (1891-1986), el prominente rosh yeshivá, posék y talmudista que desde 1937 y hasta su fallecimiento, fuera uno de los líderes del judaísmo estadounidense. El maestro z”l nos enseña que antes que comenzara la construcción del mishcán, H’ no deseaba que pueblo comience a identificarse solamente con sus tribus y no consideren que el pueblo de Israel es una unidad colectiva. Eso es normal en todos los grupos, que se unen más entre los que son cercanos y olvidan de pronto que son sólo parte de un todo. En este caso, si tienen que entrar a una nueva tierra y aceptar un solo centro de culto, ello es fundamental. Pero, después que se terminó de edificar el mishcán, ya le había quedado muy claro a todos donde debe estar su foco – en el centro espiritual del judaísmo, el mishcán, donde todos los judíos estuvieron de acuerdo para adorar juntos a H’. Por lo tanto, ya no había el riesgo que clal Israel se separara en pequeños grupos individuales. Lo que sigue siendo confuso es por qué era necesario en el primer lugar tener tribus separadas. ¿No habría sido mejor tener un grupo grande de judíos en comparación que tener que ocuparse de las secciones separadas de judíos? La respuesta pareciera ser que diversas personas adoran a H’ de distintas maneras. Hay los que prefieren cantar y bailar a su manera en la tefilá, buscando gozar de una dveikut intensa, el entusiasmo sin medida en la conexión espiritual, con H’. Contrariamente, hay los que prefieren tener un servicio religioso más rápido y pasan más tiempo estudiando y buscando las más íntimas profundidades de la Torá y aceleran en sus plegarias. Hoy debemos aprender a respetar a cada estilo particular. Así aprendimos de las tribus diversas, que también tenían caminos distintos para servir a H’. Cada tribu tenía sus propios estilos y costumbres –minhagim- que los diferenciaban del otro. En los primeros tiempos de Israel, el riesgo del tener tribus separadas era grande y la recompensa era mínima. Bajo estas condiciones, los hijos de Israel debían ser tomados y censados como un grupo. Sin embargo, el tiempo pasó y las personas se interconectaron por lo que obtuvieron la gran recompensa de tener tribus separadas con costumbres distintas cuyas ventajas compensan por lejos los riesgos posibles de desunión.
En nuestros días, debemos determinar en cada comunidad, en cada país en qué etapa histórica nos encontramos. ¿Podemos seguir adorando a H’ según los caminos de cada familia, las costumbres de cada uno o deberemos volver a unirnos previamente, bajo un ritual único? ¿Sefardíes y ashkenazíes deberán dejar sus sidurim para armar uno nuevo? ¿Jasidim y Mitnagdim deberán abandonar sus filosofías para adoptar la del otro?
El desafío es seguir siendo miembros del mismo grupo, aún cuando queramos y necesitemos seguir como integrantes tribales las costumbres de nuestros padres. No es fácil pero es posible. Hay que intentarlo, ya que nos enriquece a todos. Para ello viene esta parashá.
Rabí Iehuda Meir Shapira, recibió su autorización rabínica a los quince años. Fue diputado en el congreso polaco entre 1922 y 1927. Fue el creador del Daf Iomi, la distribución de todo el Talmud en páginas a ser estudiadas todos los días, que en nuestra época tiene infinidad de seguidores en todo el mundo. No dejó hijos. .